
En Pitrufquén lo conocen como Sergio de “Los Sergios”, aquel artista que por más de cuatro décadas ha puesto ritmo, alegría y corazón en los escenarios del sur. Pero detrás del músico hay una historia de familia, de raíces campesinas, de esfuerzo y de amor por la música. Sergio Leal Rosas, de 57 años, nacido en Melipeuco, lleva media vida haciendo lo que más le apasiona que es cantar y conectar con la gente. “Soy oriundo de Melipeuco y hace 40 años que hago música sin parar”, recuerda con una sonrisa.
Su vínculo con la música nació en casa. “Mi mamá quiso que fuera más en la música, pero yo nunca le creí”, confiesa. Con una guitarra como herencia emocional, fue ella quien lo acompañó a sus primeras grabaciones y quien insistió cuando él dudaba de su propia voz. “Grabábamos en la radio casete y a mí no me gustaba cómo sonaba, pero de a poco me fui dando cuenta de que también era algo bueno”.
De esas primeras experiencias en Melipeuco, donde era “el artista del pueblo”, pasó a representar a su comuna en competencias regionales, llegando a estar entre los tres mejores artistas estudiantiles. Y aunque la vida lo llevó a trabajar y formar familia en Pitrufquén, la música nunca lo soltó. “Aquí ya cambió la historia, ya era más grande, venía un hijo en camino, tuve que estudiar y trabajar. Pero enseguida retomé el canto”, recuerda.
Fue en esos años cuando se formó su primer grupo, “Fuego”, junto a su hermano y los Riveros, una familia de músicos con los que recorrió escenarios por siete años. Luego vino su encuentro con el tecladista Sergio Ducóm, con quien dio vida al dúo “Los Sergios” en 1996. “Yo no quería al principio, era un sistema distinto, pero él me convenció. Me dijo: ‘vamos a ganar dinero, vamos a tocar aquí y allá’. Y tenía razón. Con él aprendí demasiado, me entregó la libertad de poder ser un showman, de llegar a la gente”.
Durante veinte años, Los Sergios animaron fiestas, eventos y festivales en toda la región, logrando algo que pocos artistas pueden decir con orgullo. “Siempre se dice que uno no es profeta en su pueblo, pero yo sí digo que lo fui. No tenía necesidad de salir a otro lado, porque tenía contratos dos o tres veces por semana”.
Su paso constante por escenarios locales también lo unió a dos instituciones que marcaron su carrera; el Club de Pesca y Caza y el Club de Rodeo de Pitrufquén, con los que trabajó durante más de quince años. “Me acogieron y me soportaron, como digo yo, por muchos años. Incluso el Club de Rodeo me hizo un reconocimiento en una cena. Fueron momentos muy lindos”, rememora.
Hoy, Los Sergios siguen más activos que nunca. “Somos siete músicos, con percusionistas, guitarrista, bajista y yo. Mi hijo menor es el alma del grupo, el armador. Me motivó a seguir cuando yo ya no quería más”, cuenta orgulloso. Junto a él y a músicos jóvenes, el grupo se ha renovado y conquistado las redes sociales. “Estamos grabando música, videos, y tenemos un proyecto que aún no podemos revelar (…)”, confiesa.
Pero la historia de Sergio no se limita al escenario. Con la misma pasión que pone en la música, emprendió junto a su familia el negocio “Quesos Doña Ester”, una marca registrada que nació casi por casualidad. “Partí vendiendo quesitos con mi hermano en el terminal de buses, y poco a poco esto creció. Hoy llegamos a gran parte de la región y hasta Santiago. Somos distribuidores legales, con cámaras de frío, todo en regla. Este emprendimiento une a toda mi familia”.
Eso sí, Sergio aclara que no son productores del queso, sino distribuidores que apoyan a emprendedores rurales de la comuna, comprándoles directamente su producción. “En Faja Maisan y alrededores trabajamos con siete productores que nos venden su queso, y así también en otros sectores. Para nosotros es muy importante ayudar a la gente del campo, a las familias que viven de esto”.
El equilibrio entre la música y el negocio ha sido posible, según él, gracias al respeto mutuo. “Yo crié a mis hijos con respeto, y ellos me tratan con respeto. Eso es fundamental. No todos los padres tienen la suerte de compartir tanto con sus hijos”.
De sus tres hijos, el menor sigue su camino musical y técnico en el grupo; otro, Ronald, siempre lo acompañó desde pequeño en presentaciones, y su hija Nicole también tiene buena voz, aunque no se dedicó profesionalmente al canto, cuenta.
Sergio recuerda con emoción sus viajes fuera del país, cruzando la cordillera para cantar en Argentina. “En dos oportunidades tuve ese privilegio. La primera vez nos perdimos, llegamos tarde, cansados, y había otra orquesta tocando. Pero la gente empezó a gritar que querían ver a los chilenos. Nos subimos igual y fue una experiencia inolvidable”, recuerda con emoción.
Con casi seis décadas de vida y más de cuarenta de carrera, Sergio Leal transmite una enseñanza sencilla pero poderosa. “La música la vi como un ingreso familiar, pero también como una responsabilidad. A los jóvenes les diría que si les gusta, que lo hagan, que se crean el cuento. No hay que bajar los brazos, hay que ser constante y perseverante. Yo quisiera hoy tener la edad de ellos para pensar como pienso ahora”.
Entre melodías, quesos y familia, Sergio Leal sigue disfrutando lo que construyó paso a paso, sin buscar fama ni fortuna. “Yo no soy rico, no tengo dinero, pero soy feliz. Hemos hecho todo con esfuerzo y cariño. Lo más importante es disfrutar las cosas sencillas; la vida, la música y la gente”.
Agradece el cariño del público, el apoyo de quienes lo han acompañado en su camino artístico y las oportunidades que la vida le ha brindado. “Le doy gracias a la gente por su cariño, y a todos los músicos locales con los que he compartido escenario. Hace poco tuve el honor de subir a cantar con Lucho Marican, y fue algo realmente hermoso”, comenta.
Antes de despedirse, envía un afectuoso saludo “a las chicas del Gimnasio Fénix”, quienes —dice— siempre lo animan y lo apoyan con alegría cada vez que lo ven.
Y así, sin buscarlo, Sergio Leal terminó siendo exactamente eso que tantos artistas anhelan; ser profeta en su propia tierra.