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La educadora pitrufquenina que ilumina la educación rural: reconocida entre las 100 mujeres líderes de La Araucanía

A veces la vida de una persona se construye como un arco; con un punto de partida sencillo, un trayecto lleno de desafíos y un regreso inevitable al lugar donde nació la primera chispa. Así es la historia de Mónica Barría Riquelme, educadora de párvulos, directora del jardín infantil Relmu Rayén de Colga, madre, hija, mujer resiliente y una de las 100 mujeres líderes de La Araucanía 2025.

Una mujer que, sin proponérselo, terminó convirtiéndose en un símbolo del valor de la educación rural y en un referente para su comunidad. “Nunca pensé que mi camino estaba afuera. Siempre sentí que tenía que volver a Pitrufquén”, dice. Y al escucharla, queda claro que ese retorno no fue casualidad; fue destino.

Una infancia marcada por el cuidado y la sensibilidad

Mónica creció en un hogar de afectos. Recuerda con gratitud la presencia firme de su mamá y de su abuelo materno, quienes le enseñaron el valor de la responsabilidad, la empatía y el trabajo honesto. Ser la hermana mayor moldeó su carácter. “Siempre estuve pendiente de los demás. Me tocó cuidar, contener, acompañar…”, confiesa.

Aquella sensibilidad temprana, que con los años comprendió que estaba vinculada a un trastorno de ansiedad, se transformó en una herramienta poderosa. La hizo observadora, protectora y empática, cualidades que hoy define como esenciales en su labor educativa. “La ansiedad me acompañó desde muy chica. Antes la veía como una carga, ahora entiendo que también me hizo ser muy consciente del mundo emocional de los niños”, comenta.

En la enseñanza media, Mónica se imaginaba como profesora de Lenguaje. No alcanzó el puntaje para entrar a esa carrera y, lejos de detenerse, decidió avanzar por otro camino. Ingresó a pedagogía en educación parvularia y básica en la universidad Mayor.

“No lo pensé dos veces. Quería trabajar con niños, quería estar en el aula, quería marcar una diferencia”.

Mientras sus compañeras hablaban de colegios particulares, ella sabía que su vocación no estaba ahí. Después de algunos años en instituciones privadas, comprendió que necesitaba volver a su origen y aportar en la educación pública. Entonces se acercó al Departamento de Educación Municipal y habló con el alcalde de esa época, Humberto Catalán. “Le dije que quería trabajar en Pitrufquén, que sentía que ahí tenía que estar. Y él creyó en mí”.

Cuando llegó al Jardín Infantil Relmu Rayén, en el sector rural de Colga, sintió que por fin había encontrado su espacio.

Un camino de tierra, kilómetros de distancia y una comunidad pequeña no la intimidaron; al contrario, la inspiraron. “En lo rural la relación es distinta. No eres solo la educadora del niño, también terminas siendo un apoyo para la familia. Aquí la educación se vive con más humanidad”, afirma.

Esas relaciones son las que la han hecho permanecer catorce años en el mismo lugar, pese a los desafíos, la falta de recursos y el desgaste propio de dirigir un establecimiento pequeño. Cuando le ofrecieron traslado más de una vez, su respuesta siempre fue la misma: no.

“Otras personas habrían dicho que estaba loca por quedarme. Pero yo sabía que aquí me necesitaban. No quería que un jardín rural siguiera siendo lo último en todo”.

Ha visto crecer a generaciones completas. Niños que llegaron en pañales y hoy son adolescentes. “A veces me encuentro con exalumnos que ya son casi adultos… y me dicen ‘tía Mónica, ¿se acuerda de mí?’. Claro que me acuerdo”.

Una directora que extraña la sala, pero que aprendió a liderar

Durante años, Mónica evitó la idea de ser directora. No quería alejarse de la sala ni de las familias. No quería llenar su vida de trámites, informes y presión administrativa. Pero finalmente asumió, convencida de que desde ese rol también podía cambiar realidades.

“Dirigir un jardín rural no es solo administrar. Es tocar puerta por puerta, pedir apoyo, pelear por recursos y demostrar todos los días que nuestros niños merecen lo mismo que cualquiera”.

Sin embargo, confiesa que aún extraña el aula. “La sala es mi lugar favorito en el mundo. Me cuesta estar lejos. A veces entro solo a saludar porque necesito ese contacto, esa energía”.

Un proyecto que nació del corazón… y un premio inesperado

Nunca había postulado un proyecto grande. Nunca había coordinado fondos ni trabajado con equipos externos. Pero este año decidió arriesgarse. Escribió y presentó el proyecto “Leer Jugando, Vivir Soñando”, orientado a fomentar la lectura, la creatividad y la identidad territorial desde la primera infancia.

Lo ganó. Siete millones de pesos financiados por el Fondo de Innovación Pedagógica. “Lloré cuando me avisaron. Pensé: ‘no tengo nada de experiencia y lo logré’”, recuerda.

La iniciativa permitirá crear una biblioteca educativa, realizar ferias del libro, talleres artísticos, encuentros con familias y espacios para que los niños descubran su propia voz.

Poco después recibió otra llamada. La habían elegido una de las 100 mujeres líderes de La Araucanía 2025. “Te juro que pensé que era una broma. No sabía quién me había nominado. Solo me dijeron; usted es muy querida’”.

La noticia la llenó de orgullo, pero también de vértigo. “Me emocionó. Porque una hace todo esto sin esperar premios. Una lo hace porque quiere que los niños tengan oportunidades”.

Por otro lado, Mónica es mamá de dos niñas, habla de sus hijas con una ternura que ilumina todo a su alrededor. Ser madre la transformó, la desordenó y la volvió más fuerte. “Mi maternidad ha sido un caos hermoso. A veces he sentido que no doy abasto, y otras veces que la vida me queda chica del amor que siento”.

Reconoce que también ha sido un camino de autodescubrimiento. “Con mis hijas aprendí a pedirme ayuda, a no exigirme perfección y a reconocer que una puede ser una buena mamá aunque no pueda con todo”.

Hoy se siente orgullosa del ejemplo que les muestra; una mujer independiente, apasionada, honesta consigo misma y capaz de reinventarse. “Quiero que mis hijas sepan que pueden brillar donde quieran. Que su luz no depende de nadie más”.

Tras años de dejarse para el final, Mónica hoy se está reencontrando consigo misma. Camina sola, escucha música, lee, viaja, sale con amigas, mira la luna, respira. “Me perdí por mucho tiempo. Ahora me estoy recuperando. Y eso también me hace mejor educadora, mejor mamá y mejor mujer”.

Ha entendido que el autocuidado es parte de su rol profesional y humano. “Para sostener a otros, primero tengo que sostenerme yo”, repite como mantra.

Un mensaje para sus niñas… y para ella misma

Cuando se le pregunta qué quisiera que sus hijas leyeran de ella dentro de veinte años, Mónica se toma su tiempo antes de responder… “Que disfruten el presente, que se atrevan a soñar en grande y que sepan que la luz está dentro de ellas. Que no necesitan que nadie les diga quiénes son. Ya lo saben. Solo tienen que escucharse”.

Tal vez por eso su historia conmueve; porque es la historia de una mujer que aprendió a transformar su sensibilidad en fortaleza, su ansiedad en empatía, y su vocación en un faro para los niños de sectores rurales.

Una mujer que volvió al lugar donde todo comenzó para encender luces donde antes había sombras. Y que, sin pretenderlo, ha demostrado que la educación rural no solo forma niños; forma comunidad, forma identidad, forma esperanza.

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